Durante años, el área de Capacitación y Desarrollo (L&D) fue percibida como un soporte funcional, encargado de organizar talleres, cursos presenciales o enviar manuales PDF cuando surgía una necesidad puntual. Su rol era reactivo, y su éxito se medía, muchas veces, en número de sesiones realizadas o asistentes inscritos.
Pero ese enfoque ya no es suficiente.
Hoy, la revolución digital, la automatización de tareas, la adopción del trabajo híbrido y la consolidación de una economía basada en el conocimiento han transformado radicalmente el entorno en el que operan las organizaciones. Los ciclos de cambio se han acelerado. Las habilidades que ayer eran clave, hoy pueden estar desactualizadas. Y lo que funcionaba en términos de formación, hoy simplemente no genera el impacto esperado.
En este nuevo escenario, la capacidad de aprender más rápido que la competencia se ha convertido en una verdadera ventaja competitiva. Ya no se trata solo de impartir conocimientos técnicos, sino de fomentar una mentalidad de aprendizaje continuo que permita a las personas adaptarse, innovar y evolucionar al ritmo del negocio.
Además, los colaboradores demandan experiencias de formación más relevantes, flexibles y personalizadas. No basta con "dictar un curso". Necesitan que ese curso resuelva un problema real, les ahorre tiempo o les ayude a crecer profesionalmente. Si no lo perciben así, abandonan el proceso o simplemente lo cumplen por obligación.
Por eso, si tu estrategia de aprendizaje sigue anclada en modelos tradicionales —cursos largos, evaluación memorística, formación desconectada del contexto laboral— es probable que estés perdiendo tiempo, recursos y oportunidades de desarrollo. Es momento de repensar, rediseñar y medir de forma distinta.